Andrea teje para vivir y vive para tejer

Esta es Andrea, más conocida como «La Inquieta». A sus 48 años, desde Rancagua, se ha tejido un destino a mano, hilo a hilo. Hace años, Andrea descubrió el arte del crochet y, desde entonces, su vida se ha entrelazado con cada puntada.

Todo comenzó con los grannys, esas pequeñas piezas que, como los días, se van sumando para formar algo hermoso y significativo. Ahora, Andrea no sólo teje como hobby, sino que su vida entera gira en torno a este arte. Con sus manos mágicas, crea prendas únicas que son tanto una obra de amor como de sustento.

En su tiendita-taller, ha creado un refugio acogedor, un lugar donde sus alumnas no solo aprenden a tejer, sino que ríen, conversan y comparten momentos mágicos. Es un espacio donde las manos trabajan, pero el alma descansa. Cada clase es una terapia, una pausa en el frenético ritmo de la vida.

Su camino como emprendedora no ha sido fácil. Andrea es diseñadora de profesión, pero hace años decidió dejar la seguridad de un empleo fijo para dedicarse a su pasión. Además, tiene un hijo de 9 años con TDA y déficit intelectual, lo que requiere de mucha atención y terapias. Su elección de emprender le permite estar presente para su hijo, adaptando su tiempo a sus necesidades y llevando sus tejidos a todas partes.

Los mayores desafíos de Andrea han sido los grandes pedidos. Cada pieza es hecha a mano, lo que demanda tiempo y dedicación. Sin embargo, ha encontrado apoyo en sus alumnas, quienes no solo la ayudan a cumplir con estos pedidos, sino que también generan ingresos para ellas mismas.

El orgullo que siente Andrea por su emprendimiento es palpable. Cada agradecimiento, cada sonrisa de sus alumnas al aprender una nueva técnica, le da la certeza de que está en el camino correcto. Sus talleres se han convertido en un refugio, un lugar donde el tejido se convierte en un encuentro de alegrías.

Andrea sabe que ser emprendedora no es fácil, especialmente cuando se tiene una familia que cuidar. Pero también reconoce las virtudes de este camino. La flexibilidad para organizar sus tiempos, la creación de lazos fuertes con otras emprendedoras y la satisfacción de ver su trabajo reconocido y valorado son su motor. Incluso en los días en que solo se venden 5.000 pesos, Andrea y sus compañeras siguen adelante, armando y desarmando sus puestos, enfrentando el calor y el frío, pero siempre con la esperanza y el amor por lo que hacen.

Así es Andrea, «La Inquieta», una mujer que ha encontrado en el crochet no solo una forma de vida, sino una pasión que le permite tejer un futuro lleno de color y esperanza.


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