En las serenas alturas de Mamalluca, cerca de Vicuña, reside Cecilia Vergara Oyarzo, una mujer que ha tejido su vida con los hilos del amor universal y la constante búsqueda de paz. A sus 65 años, Cecilia celebra cada amanecer con un espíritu rejuvenecido por el entorno natural que la rodea y la visita de aquellos que lleva en el corazón: familiares, amigos y colaboradores.
«Cada día es un regalo que recibo con los brazos abiertos», nos comparte Cecilia, cuya existencia gira en torno al amor y la dedicación. Antigua profesora y madre de tres hijos, ahora disfruta de una jubilación llena de creatividad en el campo de la cultura, entre pinceles y libros que colorean su día a día.
Orgullosa de su trayectoria como educadora, Cecilia enfrentó las injusticias sociales desde las aulas, sembrando en sus alumnos el valor de la equidad y la comprensión. «La educación es la herramienta más poderosa para cambiar el mundo», afirma con convicción.
La familia es el pilar que sostiene su existencia. «Son el motor de mi vida», dice, y es su esposo, sus hijos y sus amigos quienes llenan sus días de significado y alegría. A través de ellos, encuentra la energía para seguir soñando y creando, siempre con una visión artística que no conoce de límites.
Cecilia se considera una activa dirigente y soñadora, cuya personalidad sociable y artística la lleva a explorar diversas formas de expresión cultural. La pintura y la literatura son sus refugios y sus mayores fuentes de felicidad, espacios donde puede manifestar su visión del mundo y su íntima conexión con la diversidad de la vida.
No desconoce los desafíos que enfrentan las mujeres en Chile, especialmente en la lucha por la igualdad de género. Para ella, la clave está en reconocer las diferencias sin caer en la competencia desgastadora. «Debemos celebrar nuestra diversidad y trabajar juntas hacia objetivos comunes», sugiere.
Su consejo para otras mujeres es claro y directo: «Tener fe, establecer metas claras, mantener la autodisciplina y, sobre todo, soñar». Estos son los pilares que la han ayudado a alcanzar sus propios logros y a vivir conforme a sus valores.
Lo que más desea es que las personas comprendan que ella es una eterna aprendiz, siempre dispuesta a absorber nuevas lecciones de la vida y a adaptarse a los cambios con gracia y sabiduría. «Aprendemos hasta el último día», nos recuerda Cecilia, una mujer que ve en cada experiencia una oportunidad para crecer y embellecer su alma.
