Desde su acogedora casa-taller en Puente Alto, Jéssica Véjar Rojas, de 59 años, nos cuenta su historia. Su viaje hasta aquí ha sido tan variado y colorido como las piezas que crea. Originaria de la región de Ñuble, Jéssica estudió Pedagogía en Historia y Geografía, pero su destino cambió cuando un verano viajó a Chiloé. «Me enamoré, me casé y tuve a mis cuatro hijos allí,» recuerda con una sonrisa.
Durante su estancia en Quellón, aprovechó para realizar un curso intensivo de Policromía en Valdivia. Este curso avivó su pasión por las manualidades, pero con la crianza de sus hijos, tuvo que dejar de lado su lado creativo. Después de 14 años, su vida dio otro giro: se separó y regresó a Chillán, donde retomó un curso de óleo. Sin embargo, nuevamente, las responsabilidades de la maternidad ocuparon el primer lugar.
El cambio definitivo llegó hace 13 años cuando conoció a su actual esposo y se trasladó a Santiago. «Una depresión y el nido vacío me llevaron a replantearme nuevamente,» confiesa Jéssica. Fue entonces cuando un folleto llegó a su puerta, ofreciendo clases de decoupage. «Desde ese momento no he parado,» dice. Su talento innato, combinado con las habilidades heredadas y aprendidas, la impulsaron a explorar nuevas técnicas.
Hace algunos años, Jéssica enfrentó uno de los desafíos más grandes de su vida: una mastectomía para evitar un cáncer. «Fue un momento difícil, pero también un punto de inflexión,» comparte. Este hito la motivó aún más a seguir adelante y a encontrar en el arte una forma de sanación y expresión.
Con sus habilidades en policromía y óleo, Jéssica comenzó a vender cuadros y objetos a familiares y amigos. Poco a poco, los pedidos fueron aumentando, enfocándose en trabajos personalizados. «Comencé con clases personalizadas hasta que llegó la pandemia. Una vecina me pidió que le enseñara, y pronto otras se sumaron,» comenta.
Sus clases, que se desarrollan los viernes y sábados, han crecido en número y significado. «Mis alumnas no solo aprenden manualidades, sino que hemos creado una comunidad. Hemos llorado y reído juntas, celebramos cumpleaños, y han generado lazos de amistad sincera,» dice Jéssica. Este grupo de mujeres encuentra en su taller no solo un espacio de aprendizaje, sino también de terapia y apoyo mutuo.
Los desafíos han sido numerosos. La imposibilidad de formalizar su negocio debido a los beneficios de salud de su esposo, la necesidad de aprender a moverse en Santiago y establecer puntos de entrega en el metro, y la falta de capital inicial no la detuvieron. Con ingenio y determinación, Jéssica ha visto sus trabajos viajar a muchas ciudades de Chile e incluso al extranjero.
Jéssica también destaca el apoyo incondicional de su esposo Guillermo. «Guillermo me apoya y ayuda al 100%. De hecho, aprendió a hacer retablos para mis alumnas,» dice con orgullo y agradecimiento.
«El saber que mis trabajos han llegado tan lejos me llena de orgullo,» expresa Jéssica. Autodidacta por naturaleza, se ha perfeccionado con cada nueva técnica y ha transmitido su conocimiento a otras mujeres. «Me siento bien al ver cuánto he avanzado y cómo puedo ayudar a otras mujeres a aprender y crecer.»
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